A veces, cuando somos pequeñas (o pequeños) pensamos en un mundo muy diferente del real. Creemos que el mundo es todo lo que podemos ver y nada más. Y tenemos sueños que se relacionan con esa visión.
Tenemos sueños de nuestro mundo.
Desde niña siempre soñé, me imaginé una vida de adulta que seria perfecta para mi, y en ella no había nada de mal que pudiera pasar o que me haga cambiar esa perfección. Los sueños de mi mundo eran así.
Cuando fui creciendo fui conociendo ese mundo real, que no era malo, ni feo, ni nada de eso, era simplemente un mundo en el que los sueños son alcanzados no sólo cerrando los ojos, sino trabajando para lograrlos.
Eran los sueños del mundo real.
De chica me imaginé adulta profesional, con mi casa con cerca blanca y jardín, con algunas mascotas y con mi familia y el carro en el garaje. Me imaginé conociendo muchos lugares, viajando, hablando varios idiomas. Y viendo muchas cosas diferentes y nuevas.
De grande trabajé, estudié, me gradué y continuo estudiando. Me mudé, conocí mucha gente y me rodeé de personas muy buenas. Tuve suerte. Y trabajé mucho para tenerla. Porque la suerte también es eso, es poner todo de ti y tener fe. Y soñar.
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